Nacimos en el Sinú

Por: Francia Elena Pretelt  


Nací en las tierras fértiles que abrazan el Sinú.
Puedo decir que disfruté de la bonanza del bocachico sinuano (apetecido pez de agua dulce para quienes me leen y no conocen el término), esa época en que casi que regalaban las sartas de pescado.


Y no había cosa mejor en el mundo que desayunar pescado en viuda o frito sobre una hoja de bijao o de plátano, con yuca harinosa cocida y limonada. Este ritual de la familia reunida para arremeter tremendo banquete es uno de los recuerdos de mi niñez que más marcan mi memoria. 

En enero, cuando el verano arreciaba, el plan era pasear en la playa del río por los lados de La Majagua.

Recuerdo que se hacían partidos de fútbol en el día y fogatas por la noche. El río lo mirábamos con respeto, pero nunca con temor a sus aguas y  eran por esas fechas en la que más muertos se tragaba el Sinú.




Cuando no existía el gran puente en San Pelayo,que une las dos margenes del río, Carrillo era paso obligado para todo aquél que quisiese llegar a La Madera, Bongamella, Las Mohosas, El Abanico, Bejuco, etc.
Antes de llegar al planchón, en la calle principal, se encontraba la tienda de "La Cachaca". Allí, forasteros y habitantes propios del pueblo, esperaban el transporte que los llevara hasta esas veredas y aprovechaban para surtirse.

El planchón operaba desde muy madrugada la mañana. Cuando mi mamá me llevaba a visitar a mis abuelos, este era el paso obligado y uno de los momentos más atesorados era cruzar el río por lo misterioso y a su vez mágico. Esa lentitud conque las aguas van siendo heridas por el paso de la madera del planchón, acompañado de los melódicos ruidos propios de la naturaleza, el olor a ganado y a finca...


Fotografía por: Martha Ligia Pretelt


En esos viajes, era común encontrarse a un personaje de mi tierra, el famoso  "Pirijo" con su bicicleta y vendiendo "chances". Siempre muy diligente ofrecía a todos los viajeros de ese recorrido la posibilidad de ganarse unos pesos, probando suerte con algunos números de las loterías.


Al cruzar de la margen derecha a la margen izquierda del rio Sinú, empezábamos un camino que si era en época de lluvias no había San Gregorio y San Pancracio bendito que mi mamá no mencionara, pues el jeep o willys en que viajábamos empezaba a patinar en el lodazal, con pasajeros y de ñapa las ene cajas, bultos, maletas que encima llevaba.


Pero todo esto eran las peripecias que sucedían en nuestro cotidiano vivir. Sí, esas mismas peripecias, como que una vaca o perro te perseguía en medio de la finca, cuando cruzábamos de la casa de mis abuelos a la finca de mis tios.




Esos son momentos que se almacenan en el corazón de quien vive en las tierras del Sinú.

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